Hacer vino es, ante todo, una disposición interior, una actitud nacida de las circunstancias. Se refleja en la manera de habitar el paisaje, en cómo se escucha la tierra, en cómo se aprende a convivir con el paso del tiempo. En el vino se percibe el año vivido y el ya pasado, el carácter del terruño, el esfuerzo de quien ha esperado todo un año para la vendimia. Pero, ante todo, un vino contiene una manera de ver el mundo. Hacer vino es una forma de crear que encuentra en la austeridad un lenguaje honesto. Este es el verdadero acto creativo: mirar el mundo con la suficiente profundidad para destilar su verdad, despojar el proceso de todo aquello que no sea imprescindible, y confiar en la autenticidad de lo que permanece, en lo que no necesita explicarse.
La obsesión de Enric Soler es clara: hacer del xarel·lo una variedad icónica, apreciada y distinguida. Mostrar al mundo de lo que es capaz esta variedad cuando se trabaja con rigor y profundidad. Llevarla a donde toca. Sin concesiones. Con coherencia y con una visión a largo plazo que permita elaborar vinos que no necesiten comparación. Que se defiendan por sí mismos. Que hablen claro.