Con el tiempo, la mirada se afila. Las reflexiones se profundizan, traspasan la evidencia y se abren camino hasta el tuétano de las cosas. El placer ya no está en el simple hecho de observar. Hay que cavar bien hondo, explorar, destilar lo superfluo hasta que sólo permanece lo esencial, lo verdadero; y en ese ejercicio de profundidad —de pura austeridad—, encontrar la verdad.